El precio por metro cuadrado no es el único factor que determina el costo. A partir del proyecto se puede lograr que la vivienda resulte más económica y aun más grande.
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Es frecuente encontrar paredes superfluas y pasillos oscuros aún en casas de campo, rodeadas por el verde. A veces las funciones se duplican innecesariamente –comedor diario, comedor y quincho, por ejemplo– tan solo por no haber realizado de manera inteligente el interrogatorio al dueño de casa.
Los pedidos originales del cliente deben ser reelaborados con la conducción de su arquitecto. El baño para la pileta (para que los chicos no entren mojados a la casa) puede ser reemplazado por un «bañ-lav» (cruza de baño con lavadero y ducha exterior). Evitar paredes y espacios innecesarios permite reducir metros cuadrados y hacer más grandes los espacios habitables.Economía (del griego «oikos» casa) quiere decir «distribuir con acierto» que no es lo mismo que construir barato.
«No sabés las discusiones que tuve con mi arquitecto, pero al final me convenció», dicen los clientes con bastante frecuencia. Mala señal. Cuando las cosas empiezan así es probable que el propietario introduzca cambios durante la obra, que inevitablemente la retrasan y, en consecuencia, la encarecen.
¿De quién es el proyecto?
¿Qué ha ocurrido en estos casos? En realidad, el arquitecto no había convencido a su cliente (convencer: vencer juntos). El proyecto quedó prendido con alfileres en la mente del cliente, quien, a veces por no seguir discutiendo, terminó por aceptarlo.
Un buen proyecto debe ser el resultado de la participación creativa, consciente y organizada ente cliente y arquitecto. El producto final es el resultado de la colaboración entre ambos.
Como se ve, la economía no depende tanto del precio por metro cuadrado, como del pensamiento inteligente y participativo anterior a la obra. Pensar bien es lo más económico que hay.
Resumen de un artículo publicado por Rodolfo Livingston en Página/12 del 4/8/99